domingo, 27 de abril de 2008

¿CUAL ES NUESTRA GEOPOLITICA?

JUAN PABLO VITALI




Las viejas leyes de la geopolítica

La geopolítica tiene sus leyes. Hemos leído en alguna oportunidad sobre el poder terrestre, el marítimo, sobre el corazón de la tierra, sobre las talasocracias, y todo eso nos resultó muy útil y muy interesante. Pero las leyes de la geopolítica, son materia inerte sin la voluntad humana.

Esos núcleos de poder, esas líneas de tensión, todas esas posibilidades, existen para nosotros sólo en potencia, sino las llena y moviliza una voluntad de poder propia.
O peor aún, si detrás de las articulaciones geopolíticas, no está el poder que creemos ver, o el que quieren hacernos ver, sino otro poder mayor, escondido ante una primera mirada superficial, o no lo suficientemente profunda.

Los grandes bloques geopolíticos

La Unión Europea, el MERCOSUR, son por cierto grandes espacios geopolíticos, pero ¿Quién los une en realidad? Las empresas que extraen el petróleo, que construyen carreteras, que ensamblan automóviles, los bancos que proveen el dinero para esas actividades, y los que emiten las divisas con las cuales se mueve la economía ¿A qué intereses responden?

A veces, el análisis de la formación de los grandes bloques geopolíticos, se hace muy a la ligera. El contenido de esas uniones, que entusiasma a tantos lenguaraces, no es el que quisiéramos.

Claros ejemplos de ello, son la Unión Europea y el MERCOSUR. La economía globalizada es la que los rige. Los grandes mercados, son parte de la ideología del poder transnacional, y sólo responden a quienes los controlan.

Las empresas multinacionales y las finanzas, controlan la economía. La minería, el petróleo, la agricultura, el agua, los mercados inmobiliarios, bailan al compás del poder transnacional. Esa es la geopolítica que nos rige. Destruyen nuestro patrimonio y nuestra población, y nos hacen creer que eso es nuestra geopolítica.

Nuestra geopolítica.

Antes no nos unía un mercado. Nuestra histórica hermandad con el Perú, por ejemplo, hoy lastimada por la criminalidad de los gobiernos, no se basaba en ningún mercado, sino en la gesta sanmartiniana. No necesitamos un intercambio comercial, para que los aviadores peruanos pintaran la escarapela argentina en sus aviones, durante la guerra de Malvinas.

De Brasil, en cambio, no sabemos casi nada. Sabemos que sus empresas son poderosas y compran empresas que fueron argentinas. Se supone que sus capitales son brasileños, pero primero hay que admitir que los capitales tengan patria, y después que realmente sean de origen brasileño.

Sabemos que Brasil es desde el principio un gran espacio, desarrollado por una corte pro inglesa y luego por una elite pro yanki, pero no sabemos mucho más de sus intenciones profundas. Algunos de sus pensadores, como Elio Jaguaribe y Moniz Bandeiras, parecen estimar a la Argentina, pero tampoco sabemos cuál es su real influencia en los intereses que gobiernan al Brasil.

Podríamos decir que nuestra clase media conoce su carnaval y algunas de sus playas, pero sería lamentable que esa fuera la base para un destino común. Y conste que no estoy en absoluto en contra de la unidad geopolítica con el Brasil, sólo que es difícil saber cuál será esa unidad, en qué política se basará, más allá de algunos aspectos económicos no siempre claros. Porque un destino común es también un problema espiritual, el contenido de una voluntad común, y no algo meramente material.

El viejo Carl Schmitt

En última instancia, un destino común, es determinar un enemigo también común, y enfrentarlo codo a codo, y para eso hay que hermanarse más allá de los intereses de algunas empresas, por importantes que ellas sean.

Y el MERCOSUR es un mercado, una entidad no ciertamente de orden metafísico, con unas leyes propias, que responden precisamente, a la lógica de un mercado.

Aún la Unión Europea, que parece ser un espacio mercantil próspero, es absolutamente dependiente militar y energéticamente, lo que equivale a decir políticamente, en medio de una dolorosa destrucción del espíritu europeo. Eso es un continente cuando se convierte en un mercado.

Ambos son espacios sin alma, por lo tanto, sin destino. Los contenidos los pone otro, llámese imperialismo yanki, poder transnacional o empresas multinacionales. Son luchas de empresas y de capitales, por mantener un sistema de mercado, un materialismo sin alma, en medio de un mundo sumido en la catástrofe.

Además, suena muy feo ser mercosuriano. Comenzar a decir: Yo, de ahora en adelante, soy mercosuriano. Aunque la palabra bien se corresponde con una patria de mercado.
Tampoco les sentaría muy bien esa denominación, a los gauchos de Río Grande do Sul.

Una confederación de naciones puede convertirse en un destino común, difícilmente pueda serlo un mercado. Porque un mercado es por definición lo que se compra y se vende, o sea, lo opuesto a una patria, aunque por lo que se ve, ese concepto de patria ha quedado para algunos fuera de uso.

Para qué son los mercados

Los mercados sirven para convertirlo todo en mercancía: las personas, los recursos naturales, el trabajo, la naturaleza, la tecnología, la salud, la cultura, todo tiene un precio de mercado. Eso es lo que mide, lo que determina los valores. Más allá de eso, somos todos iguales, sin identidad, sin fe, sin tradición, sin jerarquías, sin nada que nos identifique, a no ser nuestro valor de mercado.

Esa voluntad de mercado es la que ocupa los espacios geopolíticos, y genera la otra fuerza que pretende ocuparlos, que es el resentimiento. Ese resentimiento destructivo, que hace equivocar el enemigo, y no produce ninguna construcción política coherente para enfrentarlo. Ese odio al que tenemos al lado, porque tiene más, o porque nos amenaza con sacarnos lo que tenemos. Porque convengamos que el que maneja los hilos, nunca estará lo suficientemente cerca como para enfrentarlo, entonces el enfrentamiento será siempre “por abajo”.
Si es ideológico, el resentimiento puede convertirse en infantilismo revolucionario, en indigenismo, o simplemente en delincuencia.
Los que algo tienen, defenderán el mercado, pero serán también sus esclavos, si no tienen lo suficiente, como para evitar los riesgos de vivir en una comunidad de resentidos.


¿Cuál es nuestra Geopolítica?

No existe en realidad, una geopolítica en los grandes espacios de Sudamérica. Hay sólo una dialéctica entre el mercado y los resentidos del mercado.

Mientras las naciones decaen y las viejas amistades se pierden, se lucha en la mezquindad, entre los pocos que tienen algo, y los muchos que no tienen y que odian a los que tienen. Ya no hay pueblos sanmartinianos unidos por la historia. Ya no hay criollos como eje político cultural. Los que nunca fueron indios quieren serlo ahora, volviendo a sus costumbres ancestrales, mientras esperan el llamado de su agente promotor en las naciones unidas, atentos a su teléfono móvil. Otros recuerdan que son descendientes de europeos para entrar al mercado común, sin tener la más remota idea de lo qué es realmente ser europeo, algo que aún los que nacieron en Europa en su mayoría han perdido.
Esa es la opción dialéctica que nos brindan los mercados, porque ellos son los que unen hoy los grandes espacios y les ponen nombres a su medida.

Entonces las antiguas leyes de la geopolítica se convierten en otra cosa: en espacios si, pero con contenidos puestos desde afuera, con criterios ajenos, desligados de los mismos espacios que pretenden unir. Unen destruyendo. Destruyendo a los hombres, al suelo, a la cultura, a las tradiciones, al arte, a la filosofía, a las costumbres, al arraigo, a la familia, a las Patrias.

Nos damos cuenta entonces que la antigua geopolítica, la de la guerra, la del heroísmo, la del enfrentamiento de culturas, la que generó frases tales como “el corazón de la tierra”, o “las potencias del mar”, termina siendo casi una ciencia poética, comparada con los conceptos y valores que se manejan hoy. Porque hoy ya no hay corazón de la tierra ni potencias del mar en el antiguo sentido, sino jugadores anónimos que ganan uniendo o desuniendo a su antojo los espacios, pura materia inerte, sin una voluntad superior de resistencia, de destino común, de determinación política.

Sencilla conclusión

Por eso no es tan imprescindible como nos quieren hacer creer, que los espacios sean mayores, lo realmente importante es cuáles son las reglas que nos imponen.

Por mi parte, hasta que aclare, prefiero aferrarme a mi viejo destino de argentino, de sanmartiniano, de criollo. Palabras estas más difíciles de convertir al mercado, que las que el propio mercado inventa.

Y sólo admitiré unirme con las cosas que reconozco como propias: un patriota peruano, un patriota paraguayo, un patriota oriental, y porque no, un patriota brasileño, si nuestras patrias no son un mercado, sino una confederación de patrias libres, surgidas de la más profunda entraña iberoamericana, dispuestas a enfrentar, un destino común.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gustaria ver un mapa planisferio dodnde se ve marcado los bloques geopoliticos de los paises