domingo, 31 de mayo de 2009

POLITICA, POLITICOS Y HOLOCAUSTO


Fragmento de Nacional Revolucionarios ¿Una opción de izquierdas? Conferencia pronunciada en Madrid el 7 de noviembre de 2008 por Jaume Ferrerons


Nuestros políticos profesionales, en efecto, pertenecen o trabajan al servicio de oligarquías que existen en todo el mundo y prostituyen los mecanismos democráticos en beneficio de grupos de familias determinadas, económicamente muy poderosas, que controlan los bancos y los medios de comunicación y, por lo tanto, pueden determinar de antemano el resultado de unas elecciones, siendo así que todos los partidos del sistema son su partido y en realidad un único partido ofertado en forma de siglas distintas para que tengamos la sensación de que al votar decidimos algo libremente. Nuestros políticos y las oligarquías que los sustentan no tienen tampoco patria, son ajenos a toda territorialidad, como no sea ese antipaís sin nombre, los Estados Unidos de América.

Su esfera de pertenencia es el poder financiero, que trasciende las fronteras y controla la economía y la política de las naciones. Tales oligarquías, encarnación de la derecha sociológica de siempre, se desnacionalizaron hace décadas, y en Europa especialmente, viven de mostrar su lealtad a un poder mundial y antinacional por esencia como pago por pasados errores y promesa de participación futura en los beneficios de las élites económicas planetarias.

Quienes nos gobiernan son los herederos de los políticos que ganaron la Segunda Guerra Mundial, los mayores impostores que la historia recuerda.

Para saber con quiénes estamos tratando, quisiera subrayar que nuestros adversarios políticos, a pesar o precisamente porque se reclaman de los derechos humanos y del antifascismo, agitan la propaganda de Auschwitz, la religión del holocausto, pero resulta que tienen las manos manchadas de sangre y han usado de la violencia, la guerra y el genocidio hasta unos extremos que nos permiten calificarlos, sin retórica alguna, de corruptos, manipuladores, torturadores y asesinos.

Las cifras de víctimas, los métodos y los miserables discursos con los que se ha querido dejar en la impunidad tales crímenes contra la humanidad en un mundo repleto de progresistas que dicen luchar contra la opresión, en un mundo que afirma regirse por los derechos humanos, son de sobra conocidos, pero conviene recordarlos.

Cuando en el año 1941 Churchill decide aliarse con Stalin contra la presunta „barbarie nazi“, el holocausto aun no ha empezado, ni siquiera si se aceptan las fechas de la cronología oficial.

Sin embargo, por esas fechas Lenin y Stalin ya han exterminado a más de doce millones de personas.

¿Qué motivos morales podían entonces impeler a la sacrosanta „democracia liberal británica“, ese nido de abyección, a hacer causa común con la peor tiranía de la historia?

No los derechos humanos, aunque se nos quiere hacer creer que sí, que no otro pudo ser el motivo de la celebérrima y cínica liberalidad inglesa.

Cuando, por las mismas fechas, Inglaterra concibe un plan para bombardear y reducir a cenizas todas las ciudades alemanas importantes, con más de 15 millones de civiles dentro, no sólo no ha empezado el holocausto, sino que Hitler planea trasladar a los judíos a Madagascar, algo que el clásico de la historia oficial del holocausto, Raul Hilberg, reconoce en su obra La destrucción de los judíos europeos (1961).

Gracias a la victoria aliada, es decir, al triunfo del supuesto bando de los derechos humanos, las víctimas del comunismo superarán con creces los 100 millones de personas en Rusia, China, Corea, Vietnam, Camboya y media Europa, y no sólo la Polonia indefensa que se quería salvar de Hitler, sino toda la Europa del Este, permanecerá sometida a la opresión totalitaria durante medio siglo.

No hemos presenciado, empero, ningún juicio contra los responsables de tamañas fechorías.

Se habla, corriendo un tupido velo sobre el número de víctimas, un dato que no favorece precisamente a los adalides de la libertad, que lo que condena al nazismo, y por ende al fascismo, no son las cifras de muertos, sino los métodos industriales y las preconcebidas intenciones genocidas, pero la sofisticación de las bombas incendiarias inglesas, diseñadas meticulosamente para quemar al mayor número posible de bebés, niños, mujeres y ancianos alemanes, rebasan con mucho el método del tiro en la cabeza con que los soldados de los Einsatzgruppen ejecutaban a los judíos (visto que, como reconoce nada menos que Goldhagen, se ha exagerado mucho el papel de las cámaras de gas en el holocausto).

Y si revisamos la alta tecnología empleada en la bomba de Hiroshima, el cuento del genocidio industrial organizado por un Estado moderno y demás blá, blá, blá queda reducido al ridículo.

Por lo que respecta a las intenciones, Zinoviev, judío marxista del equipo exterminador reclutado por Lenin, ya avisa en 1917 de su intención de exterminar a 10 millones de rusos, aunque, como sabemos, esta cifra será superada de largo por los regímenes comunistas en su conjunto.

Los judíos eran asesinados, se dice, por ser judíos, sin otro fin, pero la realidad del proyecto Madagascar desmiente la narración hollywoodiense. En cambio, quienes eran asesinados, no por ser esto o aquello, sino simplemente por existir, eran los ciudadanos rusos que debían llenar el cupo de detenidos y deportados al gulag, una cifra fijada de antemano para justificar la existencia de una contrarrevolución y de unos servicios de seguridad destinados a combatirla. Bajo ese concepto cayeron asesinadas millones de personas acusadas de ser "fascistas" y en cambio no veo a escritorzuelo alguno de la liturgia holocáustica dispuesto a narrar el horror de tener que morir por el simple hecho de que una estadística prospectiva haya de cumplirse y un torturador de la NKVD cobrar su sueldo de verdugo burocrático del paraíso.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, un millón de prisioneros alemanes fueron asesinados en los campos de concentración americanos y franceses, mientras 12 millones de civiles alemanes del este eran deportados y, en el camino, cerca de 3 millones caían exterminados.

Con Alemania vencida y desarmada, se aplicó a este pueblo el castigo del hambre, con alrededor de 8 millones de víctimas. En total, unos 25 millones de alemanes fueron objeto de vulneraciones de los derechos humanos por parte de los cruzados de la libertad y de la justicia. Los criminales del bando vencedor no sólo no han sido juzgados y castigados, sino que se emplea con sus atrocidades innombrables el lenguaje de la negación, de la banalización y hasta de la justificación, el mismo que, en el caso de los judíos, aparece tipificado en el código penal y castigado con penas de hasta 5 años de cárcel.

La impunidad ha sido muy útil, por el contrario, para continuar con el crimen de masas. Así, gentes que pertenecían al pueblo de las únicas víctimas de genocidio oficialmente reconocidas, los judíos, en calidad de sionistas del naciente Estado de Israel organizaron en 1948, o sea, poco después del juicio de Nüremberg, la limpieza étnica del pueblo palestino, perpetrada ante las autoridades británicas y los observadores de la ONU, los cuales comprobaron cómo se exterminaba sistemáticamente a centenares de miles de personas y se expulsaba al resto de sus hogares, pero no hicieron nada para impedirlo. ¿Qué autoridad moral pueden ostentar tales payasos psicópatas y carniceros, es decir, los políticos liberales y progresistas, para juzgar al fascismo?

www.nacional-revolucionario.blogspot.com

Foto: Campos de exterminio de los "buenos". Crimenes impunes.

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