viernes, 29 de enero de 2010

LA LECCIÓN DEL RABINATO

Por: Marcelo Gonzalez

Al ver la transmisión de la visita del Soberano Pontífice a la Gran Sinagoga de Roma, hemos sentido una profunda humillación. ¿En pos de qué bien para la Iglesia y aún para los mismos judíos realiza el Papa este gesto? Su aspecto hierático y incomodidad ¿no delatan, acaso, que él mismo se sentía incómodo en este acto protocolar? ¿No era el Papa Benedicto consciente de que la visita trasciende el ámbito de las buenas relaciones entre ambas comunidades y se interna en un ambiguo terreno teológico?

Con estos sentimientos de pena, vergüenza ajena y rechazo espiritual hemos ido tratando de discernir la visita, que se nos ocurre tan innecesaria como perniciosa.

Luego conocimos las declaraciones del Dr. Riccardo Di Segni, Gran Rabino de Roma y principal anfitrión del papa en esa histórica jornada. Lo confesamos; lo dicho por el jefe de los judíos de Roma nos devolvió la esperanza y la paz al corazón.

En la entrevista otorgada al mensuario católico Il Consulentere, encontramos razones que nos alientan sobremanera. El Gran Rabino recibió al papa con tanta incomodidad o quizás más que la manifestada por el Sumo Pontífice.

Durante la visita se realizaron acusaciones contra la Iglesia, de las cuales el Santo Padre solo hizo un descargo en lo referido a la cooperación de los católicos con la persecución nazi contra los judíos, asumiendo implícitamente la defensa de Pío XII en esa ocasión, aunque sin nombrarlo.

El tono de superioridad y reclamo de los anfitriones llegó a la descortesía, y hasta en el intercambio de regalos, (un aguafuerte de Il Veronese obsequiada por la Santa Sede) la Sinagoga llevó las de ganar, porque fue compensado con una obra de importancia menor.

Pero lo más importante y consolador surge como eco de la visita. Es el rechazo de los judíos a la posición católica, aun cuando esta se expone muy tímidamente en un terreno de generalidades y fraseología imprecisas.

Aclaramos: no nos consuela que los judíos rechacen la doctrina cristiana, sino que rechacen una versión muy maquillada y reducida, y aún ambigua de la doctrina cristiana, con plena conciencia de que la Iglesia multisecular piensa de otra manera. Es decir, los judíos temen estar siendo engañados. Pruebas al canto.

El Gran Rabino no acepta la expresión “hermanos mayores”, porque, dice, en las historias bíblicas los hermanos mayores han sido los desheredados por Dios, e interpreta la expresión pronunciada por Juan Pablo II en su primera visita a esa misma sinagoga, como una acusación implícita de infidelidad.

“En esto hay una diferencia teológica fundamental. Si usted toma la Epístola a los Romanos, los judios son Esaú. Incluso en la epístola a los Gálatas son los hijos de la sirvienta. En la imagen tradicional judía, Esaú es Roma ...”, afirma el Rabino Capo.

El hermano réprobo, el “mayor” para los cristianos representa a los judíos que no aceptaron a Cristo. Para los judíos, es la imagen de Roma, (es decir, del Cristianismo).

Además, el rabino es particularmente reticente a la colaboración en campos de la vida moral en los que supuestamente (aunque no en la realidad) tenemos posiciones en común: los valores morales (¿no permiten acaso los judíos el aborto?) y la elevación de la humanidad a una dimensión sobrenatural, lo cual, teniendo en cuenta la hermenéutica bíblica del Gran Rabino, parece más cercana al gnosticismo que a la Fe del verdadero Israel.

Finalmente, la advertencia de que cualquier cambio de rumbo respecto al Vaticano II (¡consideren la enormidad del desplante!) en el sentido en que los lefebrianos lo solicitan significa una ruptura inmediata y definitiva con la comunidad judía.

“Ellos o nosotros”, significa: si la Iglesia vuelve a sus posiciones doctrinales tradicionales, se acabó la buena relación. Nos preguntamos si existe una “buena relación” o un displicente patrocinio de los judíos que quieren actuar como perdonavidas de la Iglesia en tanto esta se humille hasta lo abyecto.

Poderosa disyuntiva para un Papa que quiere amalgamar. Un formidable separador de aguas en tres palabras: “ellos o nosotros”. No aceptarán ninguna relación si el Sumo Pontífice, en uso de su autoridad y legítimo derecho y deber reinterpreta ciertos puntos oscuros del Vaticano II, particularmente la Nostra Aetate.

No queremos saber nada con la Iglesia de antes del Concilio, dice el Gran Rabino. La única que reconocemos, -con grandes dudas y reservas- es la Iglesia posconciliar.

Esta confesión, sin duda bien premeditada, del Rabino Mayor de Roma, pone el hacha en la raíz del problema de la Iglesia conciliar. No se acepta otra identidad que la nueva, generada por lo que el Papa llama la “hermenéutica de la ruptura” y los tradicionalistas ven como ruptura en sí. El rabino reclama de un modo explícito y terminante que esa ruptura sea el dogma fundante de la nueva religión católica con la que están dispuestos a dialogar desde una posición de patrones. Dice esto de un modo tan claro que no hay posible ambigüedad.

Lo dice de un modo que todos los católicos debemos agradecerle. Porque en su rechazo se dibuja nuevamente, con un perfil muy nítido, la verdadera identidad católica, el verdadero rostro de la Iglesia.

Gracias, Sr. Rabino Mayor de Roma: nos ha devuelto la esperanza.

http://panoramacatolico.info/articulo/la-leccion-del-rabino

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