domingo, 8 de enero de 2012

EL DINERO Y LA DEMOCRACIA

 Si bien el presente texto es del año 2000, ilustra muy bien el proceso que se desarrolla hasta hoy en la política mundial, mas allá de las crisis y las variantes que exhibe el Sistema de Dominación.

PLUTOCRACIA: CONTROLAR EL ESTADO

Por: Denes Martos

Durante la década 1986/1996 el sistema democrático se extendió con sorprendente velocidad por el mundo entero. En ese período, el porcentaje de los países considerados democráticos creció de un 42% a un 61% . Hacia fines de la década del '90, 117 países — de un total de 191 — se consideraban gobernados democráticamente.
Entre esas 117 democracias figuraban los 24 países de Europa Occidental y 31 de los 35 países de América. En Europa Oriental y la ex-Unión Soviética había 19 democracias entre 27 países. En la región asiática y la zona del Pacífico, aproximadamente el 50% de los 52 gobiernos existentes era democrático. África, con 53 países y sólo 18 democracias ofrecía todavía la excepción a la regla. (1)
Sería realmente ingenuo — por decir lo menos — suponer que este fenómeno obedeció a una especie de generación espontánea y que, debido a una tan misteriosa como inexplicable convergencia, de pronto un vasto conjunto de países optó por un determinado sistema de gobierno — abandonando en muchos casos décadas de tendencias antidemocráticas o, al menos, restringidamente democráticas. Suponer que la democratización respondió primariamente a los procesos internos de cada país; sustentar la tesis de que las influencias externas e internacionales jugaron solamente un papel secundario en el proceso; imaginar una especie de evolución natural hacia el "fin de la Historia" en dónde la democracia capitalista es la etapa última del desarrollo político-social; todo ello podría ser interesante material de especulación intelectual pero no se condice, en absoluto, con lo que la praxis política y los datos objetivos de la realidad enseñan de un modo palmario. De hecho, lo primero que llama la atención es que esta súbita expansión de un determinado régimen político coincide, en líneas generales, bastante bien con la no menos súbita propagación de la globalización y las privatizaciones.

La oleada democrática

Si se toman los 16 años que van de 1974 a 1990, se puede hacer una interesante cronología de la oleada neoliberal o el "tsunami democrático" como lo llama Paul W. Drake quien ha estudiado el fenómeno con bastante detalle (2). La oleada comienza en Europa, se extiende por América Latina y termina en las playas de Rusia, aproximadamente en la siguiente secuencia:
Año
Países involucrados
1974
Grecia y Portugal
1976
España
1979
Ecuador
1980
Perú
1982
Honduras y Bolivia
1983
Argentina, Turquía y Granada
1984
El Salvador y Uruguay
1985
Brasil y Guatemala
1986
Filipinas
1987
Corea del Sur
1988
Paquistán
1989
Paraguay, Taiwan, Polonia, Hungría, Alemania Oriental, Panamá, Checoslovaquia, Bulgaria, Rumania y Albania
1990
Yugoslavia, Rusia, Letonia, Estonia, Lituania, Mongolia, Chile, Nicaragua y Haití

La lista de Drake, por supuesto, no es perfecta y su autor tampoco lo niega. De hecho, si la democratización de Nicaragua tuvo lugar en 1990 o ya en 1984 con el gobierno sandinista, es algo sobre lo cual muchas personas todavía discuten. Faltan, además, los países africanos. Aun cuando entre ellos sólo puedan hoy encontrarse 18 democracias entre 53 países, eso no quiere decir que el continente africano ha quedado totalmente libre de la presión democratizadora. Así y todo, la tabla da una muy buena idea de lo que sucedió y obliga a reflexionar seriamente acerca de las causas.
Analizando el proceso en detalle, se descubren muy pronto varias de ellas que, en conjunto, explican bastante bien lo sucedido.

Causas económicas

Coincidiendo con los procesos de globalización y privatización, existen motivos económicos de peso que han presionado hacia una paulatina liberalización. Entre las causas económicas más relevantes pueden señalarse:
  • Crecimiento: el aumento de la población mundial y la progresiva complejidad de todo el ámbito económico general — desde las finanzas hasta los métodos de producción y distribución — generaron sociedades mucho más difíciles de controlar. Los típicos pequeños dictatorzuelos latinoamericanos, muchas veces sustentados solamente por una oligarquía local económicamente activa pero numéricamente muy poco significativa, no consiguieron generar alternativas políticas que permitiesen controlar la nueva situación. Recuérdese, por ejemplo, como en la Argentina todos los golpes militares terminaron, al final, en una "salida electoral" por la incapacidad de sus protagonistas para concretar la revolución social y política que, originariamente, los había justificado.
  • Tecnología: la dificultad de control se vio aumentada aún más por las posibilidades de las nuevas formas de comunicación. Empezando por el Fax, pasando por las posibilidades de las computadoras personales y la Internet, para terminar en el llamado "efecto CNN"; las posibilidades de "adoctrinamiento" a gran escala y las influencias de la intelliguentsia neoliberal a nivel internacional aumentaron de un modo casi exponencial. Frente a ello, los regímenes antiliberales no desarrollaron respuestas adecuadas, ni supieron hacer tampoco un uso efectivo de las nuevas posibilidades.
  • Crisis económicasinstitucionales en los cuales el régimen de turno resultaba suplantado por su versión opuesta del espectro político: después de la crisis de 1930 se debilitaron los regímenes democráticos; después de la de 1982 cayeron en desgracia los antidemocráticos. El fenómeno es observable también a escala mundial: la primer crisis petrolera de 1973/1974 arrastró consigo los gobiernos de Portugal, Grecia, España, Filipinas, Brasil, Uruguay y Chile; la segunda crisis de 1979 también afectó a varios regímenes.
  • Deuda externa: La recesión de 1981 disparó, adicionalmente, el agravamiento de las deudas externas. Cuando los EE.UU. decidieron implementar políticas anti-inflacionarias e hicieron subir las tasas de interés, los países endeudados quedaron prácticamente a merced de sus acreedores. Esto significó el descrédito político de los gobiernos que habían contraído las deudas; provocó el descontento generalizado de vastos sectores sociales, incluyendo a las clases medias; descolocó a los políticos diletantes, civiles y militares, cuyos discursos se agotaban en frases hechas y promesas demagógicas, sin proyectos políticos concretos y viables; y, finalmente, expuso en toda su crudeza la magnitud de los problemas políticos de fondo para los cuales la izquierda utópica se quedó sin respuestas convincentes. Esto generó una degradación del discurso político llevándolo al terreno de lo material, lo inmediato y lo pedestre. En la Argentina basta con recordar cómo en 1983 Raul Alfonsín ganó una elección reiterando hasta el cansancio aquello de "con la democracia se come, con la democracia se educa, con la democracia se vive" para darse cuenta de hasta qué nivel de cuestiones elementales llegó a caer la discusión política.
  • Globalización: El efecto general que este proceso tuvo sobre los Estados ya ha sido indicado en trabajos anteriores. Baste con señalar aquí que la soberanía política se convirtió en ahuyentadora de inversiones. En un entorno internacional fuertemente endeudado y con capitales que podían elegir libremente su destino, resultó obvio que los grandes inversores elegirían regímenes que no tuvieran el estricto control del capital en sus agendas. Este requisito fue fuertemente apoyado — y hasta exigido — por poderosas instituciones financieras tales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Agencia para el Desarrollo Internacional de los EE.UU.

El nuevo Imperio

Pero las fuerzas que impulsaron la oleada liberal no se agotaron en lo económico. Durante los últimos 30 o 40 años, toda una serie de tendencias estratégicas, geopolíticas e ideológicas ha estado apuntando en forma sistemática hacia un universalismo progresivo, vagamente indicado por los neologismo genéricos de "unmundismo", "globalización" y "Nuevo Orden Mundial". Durante la segunda mitad del Siglo XX todos los mayores actores de la política internacional evolucionaron — bien que quizás con diferentes motivaciones — hacia este objetivo. Tanto los Estados Unidos como Europa, la Unión Soviética y hasta el Vaticano coincidieron en aceptar en principio alguna u otra forma de "globalización". Dentro de este esquema, el sistema democrático resultó ser — por lejos — el más flexible, el más moldeable y, en una palabra, el más viable a escala universal. Debido a que era — también por lejos — el mejor financiado y el militarmente mejor equipado, el proceso desembocó por último en el nuevo "imperium" de la democracia liberal como régimen político universal, requerido y exigido por la voluntad hegemónica norteamericana y las centrales financieras.
Hay varias causas concurrentes que justifican esta interpretación
  • "Occidentoxicación": Es innegable que la oleada democrática afectó primero y principalmente a los países más cercanos a lo que en forma genérica se ha dado en llamar "Mundo Occidental". La democratización ha tenido bastante menos éxito e intensidad en Asia, África y Medio Oriente que en el resto del mundo en dónde — principalmente en los países islámicos — hay una resistencia mucho mayor a dejar que se "intoxiquen" con prácticas occidentales ciertos valores de una cultura tradicional de contenidos fuertemente diferentes. En estos países ha sido posible cierto grado de occidentalización alrededor de productos de consumo masivo como Coca Cola, McDonald's, el rock and roll y hasta la CNN. Pero la democracia liberal no figura en el Corán, ni en los ritos tradicionales africanos, ni en la interpretación china del socialismo y su influencia es percibida en muchos lugares más como una "occidentoxicación" que como una propuesta aceptable y viable. El radio de influencia de los principios jurídicos y filosóficos de la democracia liberal ha quedado, pues, bastante limitado al ámbito de influencia norteamericano y de sus socios europeos lo cual indica que su centro de irradiación debe buscarse en esta zona.
      
  • Política exterior norteamericana: Efectivamente, EE.UU. mandó señales muy concretas de que la política exterior norteamericana post-guerra fría se orientaba a la democratización en forma irreversible. En realidad, seamos sinceros: nunca hubo golpes de Estado de real envergadura en América Latina que no contaran con el "placet" del Departamento de Estado y lo que la política exterior norteamericana estaba diciendo ahora es que los días del apoyo a gobiernos no democráticos, en aras de su anticomunismo, había pasado para siempre. El comunismo había fenecido como enemigo y Washington se encargó de hacerlo saber de múltiples maneras: a través de sus embajadas y anuncios oficiales; mediante la promoción de los intelectuales comprometidos ideológicamente con la democracia y la economía de mercado; mediante la canalización de sus programas de asistencia y ayuda exclusivamente a entidades alineadas con la nueva tendencia; mediante ayuda técnica directa proveniente de la National Foundation for Democracy establecida en 1984; por medio de financiaciones ofrecidas por el Center for Electoral Promotion and Assistance el cual, operando desde Costa Rica, contribuyó por ejemplo a perfeccionar el registro de votantes para las elecciones de 1988 en Chile; a través de comités enviados expresamente para supervisar y controlar las elecciones en diferentes países como sucedió en Perú; mediante el envío de consultores experimentados para diseñar campañas políticas, como los tuvo más de un político argentino; mediante presiones económicas, amenazas de retirar ayuda militar y hasta intervenciones militares directas como, por ejemplo, las de Granada, Panamá y Haití.
  • Derechos humanos: Los EE.UU. decidieron utilizar este instrumento en su arsenal de política exterior ya bajo la administración de Jimmy Carter. En 1977, un año después de que Carter fue elegido presidente, el Departamento de Estado comenzó a publicar la evaluación norteamericana de la situación de los Derechos Humanos en los distintos países del mundo y a los funcionarios del gobierno americano se les dio la instrucción de tomar dicho informe en cuenta a la hora de definir las políticas de ayuda militar. Durante algún tiempo Ronald Reagan se apartó de esta política pero se vio obligado a retomarla, en parte para darle un justificativo ideológico a sus intervenciones en Centroamérica, pero fundamentalmente porque los factores de Poder en su propio frente interno se lo demandaban impulsando un acuerdo entre Demócratas y Republicanos en torno al uso de esta doctrina como política de Estado en materia de relaciones exteriores. Consecuentemente, ni Bush (p), ni Clinton pudieron ya dejar de "alinearse" con lo que se les exigía.
  • El colapso soviético: la desaparición de la URSS significó el ocaso de un importante punto de referencia y soporte para la izquierda revolucionaria y, también, el desvanecimiento del archienemigo oficial de los EE.UU. Pero, además de eso, el proceso de democratización implicó para el marxismo sobreviviente en América Latina la desaparición de su también clásico archienemigo encarnado en los diferentes gobiernos militares. En muy poco tiempo, no solamente los norteamericanos se quedaron sin enemigo; también sus otrora enemigos se quedaron sin sus antagonistas locales más conspicuos. El modelo marxista cubano, reducido a sus propias fuerzas, perdió credibilidad. Esto dejó a los partidos comunistas, marxistas, trotzquistas o socialistas dogmáticos locales sin un proyecto estratégicamente viable y, como consecuencia de ello, liberó a los EE.UU. de sus compromisos con gobiernos cuya misión principal había sido mantener bajo control a un socialismo cuya presencia en el "back yard" (3) norteamericano no entraba dentro de la estrategia prevista para el continente. Consecuentemente, los EE.UU. optaron por promover gobiernos democráticos, ideológicamente más afines y económicamente más comprometidos con el proyecto globalizador.
Todos estos factores en conjunto, apoyándose entre si y complementados por otros de menor peso, han terminado constituyendo el mosaico de las democracias actuales. En último análisis, queda bastante claro que la actual democracia no es sino un régimen de gobierno exigido por el Imperio Norteamericano para garantizar la gobernabilidad y el control de su área de influencia.

Causas ideológicas

Pero los factores económicos e imperiales no agotan las causas de la rápida expansión de la democracia como régimen uniforme para Occidente. Como cabe esperar en todo proceso político, también en éste se puede detectar un importante andamiaje filosófico, doctrinario e ideológico ya que, como indicaba Gramsci, la revolución cultural generalmente precede a la revolución política.
  • Liberalismo: Los ejemplos de Ronald Reagan en EE.UU. y Margaret Thatcher en Gran Bretaña ejercieron una poderosa influencia sobre América Latina; especialmente después de la Guerra de Malvinas de 1982 en dónde quedó meridianamente claro que el Imperio no toleraría ninguna desviación importante de las pautas fijadas para sus integrantes menores. Paralelamente a esa demostración de fuerza, todos los medios de difusión occidentales fueron instrumentales para una gran ofensiva intelectual orientada a difundir la doctrina neoliberal apoyada en su mayor parte sobre los dos grandes pilares de democracia y economía de mercado. La derecha burguesa latinoamericana, liberada del fantasma del comunismo, aceptó rápidamente la idea. La izquierda partidocrática, desprovista de otras alternativas viables, la aceptó también. Ya sea porque Malvinas había demostrado que toda resistencia sería inútil; ya sea porque se vio que se podía aprovechar la oportunidad para deshacerse de las Fuerzas Armadas como factor de Poder; ya sea porque se creía sinceramente en los postulados del liberalismo clásico; el hecho es que apareció de pronto todo un conjunto de políticos latinoamericanos dispuestos a aceptar las nuevas reglas de juego: León Febres Cordero en Ecuador; Fernando Collor de Melo en Brasil; Alfredo Cristiani en El Salvador; Mario Vargas Llosa en el Perú; Raúl Alfonsin y Carlos Menem en la Argentina; para citar sólo a algunos. Por supuesto, pueden observarse matices y hasta evoluciones políticas que no dejan de ser curiosas. En la Argentina, por ejemplo, Raul Alfonsin — viniendo de un partido de fuerte composición de clase media — se inclinó más hacia una versión socialdemócrata del liberalismo mientras que Carlos Menem — perteneciente a un partido de fuertes raíces proletarias — terminó optando por la economía de mercado y la privatización del Estado. Pero, ya sea que se tratase del liberalismo político clásico enfocado en la democracia, o del neoliberalismo económico enfocado en los mercados internacionales, el hecho concreto es que todo el espectro político quedó determinado y delimitado por los postulados liberales adoptados en las centrales del Poder internacional y difundidos luego como la doctrina oficial del Imperio.
  • Universalización jurídica: La imposición de la doctrina de los Derechos Humanos como patrón para medir la conducta de los Estados ha significado, en realidad, la posibilidad de hacer judiciable ante instancias transnacionales las decisiones políticas de un Estado-nación. Se ha conseguido así instrumentar la intención manifiesta de impedir que actos considerados inaceptables por la ideología vigente puedan ampararse en el principio de la soberanía nacional. Los gobiernos no alineados con el liberalismo imperial han quedado bajo el escrutinio, bajo la acusación y hasta bajo la posibilidad de ser investigados y castigados por parte de organismos internacionales. Esta tendencia, haciendo palanca en valores éticos y morales que ciertamente cuentan con un gran consenso universal (4), ha desviado, sin embargo, la cuestión al terreno estrictamente político en dónde lo que realmente está en juego no es tanto la humanidad o inhumanidad de un régimen sino su grado de adecuación a una serie de postulados que, bien mirados, son mucho más políticos y económicos que morales. Sujetar compulsivamente la administración de la Justicia a una serie de procedimientos que tienen mucho que ver con el individualismo liberal y con la clásica división de Poderes propuesta por el modelo de Montesquieu, pero que tienen bastante escasa relación con la verdadera calidad de la justicia suministrada, no es más que utilizar argumentos éticos válidos para lograr objetivos políticos que siempre son, como mínimo, opinables. De hecho, en muchos países, la terca y a veces hasta obcecada adhesión a doctrinas cerradamente individualistas — que conciben al individuo como más importante que la sociedad y elevan, así, a la parte por encima del todo — ha llevado a un "garantismo" jurídico que protege más a los delincuentes que a las personas honradas. Paralelamente, en el plano internacional, la imposición de estos criterios políticos ha permitido al Poder imperial central juzgar los actos de gobierno de las periferias y mantener las estructuras judiciales dentro de un margen de parámetros preestablecidos. Es sorprendente constatar como muy pocos parecen haberse dado cuenta todavía de que el hiper-individualismo judicial exagera la importancia no sólo de las personas físicas sino, también, la de las personas jurídicas; es decir: las empresas.
  • Religión: forzando muy poco los argumentos se podría construir bastante fácilmente una batería de argumentos para sustentar la tesis de que la democracia actual no es, en realidad, sino un artículo de exportación del Occidente cristiano. De hecho, el proceso de liberalización dentro de la Iglesia Católica ha sido marcado y visible — al menos desde el Concilio Vaticano II de 1963/1965 — el cual, durante al menos un tiempo, produjo hasta un marcado desplazamiento hacia la izquierda de gran parte del clero latinoamericano, sobre todo después del Segundo Congreso de Obispos Latinoamericanos en Medellín que tuvo lugar tres años más tarde, en 1968. Por otra parte, está históricamente demostrado el compromiso ideológico del protestantismo en general con el individualismo, el capitalismo y el liberalismo. Sería, con todo, exagerado sostener una filiación demasiado estrecha y directa entre cristianismo y democracia neoliberal. Pero, muchas veces en política lo que interesa no es tanto lo que objetivamente revela el análisis sino la interpretación que las personas de carne y hueso hacen — correcta o incorrectamente — de lo que perciben. Desde la óptica del mundo islámico, desde la visión del animismo africano, desde una postura budista o brahmánica, la conclusión ha sido muchas veces muy diferente. Lo cual suscita la cuestión, que bien valdría la pena investigar a fondo, de hasta qué punto la actual ecumenización política ha sido tan rápida, entre otras cosas también porque se condice bastante bien con una vocación igualmente ecuménica de las Iglesias cristianas.
La ponderación conjunta de los factores señalados debería bastar para probar la tesis de que no es posible considerar a la generalización de la democracia como un fenómeno concurrente que se ha producido de manera espontánea en los diferentes países afectados. Que la democracia ha sido, de pronto, aceptada en todo el mundo por ser "un mal sistema pero el menos malo de todos los sistemas" es básicamente sólo retórica. Los datos demuestran que no es el producto de una convergencia de la voluntad soberana de los pueblos. En último análisis este sistema de gobierno se sostiene en la actualidad fundamentalmente por dos razones: (A) porque es exigido como norma de aceptación por parte del Poder hegemónico imperante y (B) porque este mismo Poder desacredita, en forma sistemática y con un poderoso arsenal de medios, cualquier otra orientación política, en cualquier otra parte del mundo, produciendo así — por la falta de una respuesta con propuestas prácticamente viables — una claudicación intelectual que lleva a las personas a aceptarlo como inevitable. En otras palabras: no es que sea el menos malo de todos los sistemas; es — dado el tremendo Poder que lo avala e impone — el único sistema prácticamente posible para la enorme mayoría de los políticos.

NOTAS
1)- Barbara Crossette, "Globally, Majority Rules," New York Times, 4 de Agosto, 1996. 
2 )- Paul W. Drake, "The International Causes of Democratization" en http://polisciexplab.ucsd.edu/mccubbin/MCDRAKE/CHAP5.HTM — En el desarrollo de las causas que impulsaron la oleada democratizadora se ha seguido aquí, en líneas generales, el esquema propuesto por este autor aun cuando, como se verá, nuestra interpretación de los datos es bastante distinta. 
3 )- Literalmente "patio trasero"; expresión con la cual la política exterior norteamericana designó muchas veces a todo lo que estuviera al Sur del Río Grande. 
4 )- A ninguna persona de bien, a ningún ser humano normal, en todo el mundo, se le ocurriría hacer la apología del asesinato, la tortura, la crueldad o las masacres para proponer estos actos como métodos normales y recomendables de gobierno. El consenso en este sentido, es realmente universa
  Fragmento de La Plutocracia: Control del Estado por el dinero
http://www.denesmartos.com.ar/02_Ensayos/E02_LaPlutocracia.htm

3 comentarios:

Vergalito dijo...

Un texto excelente del maestro Martos. En pocas palabras describe con profundidad el sistema usurocrático al que los actuales plutócratas someten a los pueblos libres.
Deberían utilizarlo en las escuelas para enseñar historia contemporánea.

Pablo dijo...

Excelente texto, tendrá 12 años pero es tan actual como si lo hubieran escrito hoy. Muy bueno el haber tenido en cuenta el aspecto religioso, lo único criticable es que no destacó que en realidad el Cristianismo verdadero jamás debería apoyar al liberalismo. Pero el análisis en su totalidad no deja de ser acertado, y como dijeron más arriba, tendrían que enseñarlo en las escuelas, en vez de inculcar que la democracia nace de las voluntad de los pueblos, y que es el único sistema posible.

Martín dijo...

Exelente. Una explicación muy accesible para cualquier persona.